sábado, 26 de abril de 2008

-La Edad Media en Burgos.


El mundo de grandeza y suntuosidad de la etapa romana comienza a dar síntomas de debilidad en el siglo IV. Primero en las ciudades, como fue el caso de Clunia, y, más tarde, en el mundo rural, donde la vida de las grandes mansiones se apaga en las primeras décadas del siglo V. En el 476, los romanos dan paso a los visigodos, que gobiernan todo el territorio hispano hasta el 711, aunque fueron incapaces de evitar la decadencia general. De su paso por nuestra tierra quedan algunos testimonios materiales de desigual valor: ruinas de fortificaciones –Tedeja, en Trespaderne--; cimientos de iglesias –Santa María de Mijangos--; y, por encima de todos, la cabecera de la iglesia de Santa María de Quintanilla de las Viñas, ejemplar excelso del arte en las postrimerías del reino visigodo.

El panorama no mejora con los musulmanes, que dominaron estas tierras durante menos de 30 años, del 714 al 742. A partir de este momento se atrincheraron al sur del Sistema Central, mientras los reyes astures, afincados en la franja costera y la cara norte del sistema cantábrico, renunciaban, de momento, a la conquista de las tierras llanas del Duero y de los valles sureños del Sistema Cantábrico, tierras que quedaron abandonadas a su suerte, que no fue otra sino la desolación general.
Con este panorama, cuando, a comienzos del siglo IX, se detectan en el norte burgalés los primeros movimientos encaminados a recuperar el poblamiento estable y el cultivo agrícola sostenido al sur de las montañas cantábricas, la sensación dominante era de que había que empezar prácticamente de cero. Y así se hizo. Apenas cumplido el año 800, bajo la tutela de los jefes guerreros del interior de las montañas, comienza a reorganizarse el territorio de los valles del norte de la actual provincia de Burgos, territorio que pronto va a tomar el nombre bien expresivo de Castilla, del latín Castella (=los castillos).

En el año 860, la frontera había descendido hasta la balconada de Amaya y las crestas de los Obarenes, desde donde se planifica la ocupación de los llanos que se rendían a sus pies. En pocas décadas, y avanzando valle a valle, los condes castellanos, siempre vinculados a los monarcas astures y generalmente en buena sintonía con ellos, alcanzan la línea del Duero en el 912, haciéndose fuertes en Clunia, Peñaranda de Duero, Roa y Aza. Por supuesto, en este avance, cada valle quedaba guarnecido por la correspondiente hilera de fortificaciones, que protegían la retaguardia agrícola y ganadera instalada en las aldeas que se iban conformando al hilo del avance conquistador.
Como contratiempo inesperado, la llegada de los cristianos al Duero despertó la inquietud en los gobernantes islámicos de Córdoba, que, con el califa Abderramán III y el eminente guerrero Almanzor al frente, hostigaron sin descanso, a lo largo de todo el siglo X, la línea del Duero. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XI, y tras la muerte de Almanzor, el ímpetu guerrero de los ejércitos cordobeses se diluye y los cristianos cruzarán enseguida el río para lanzarse a la conquista de los llanos meseteños del sur del Duero, proceso que culmina en el año 1085 con la conquista de Toledo y el traslado definitivo de la frontera cristiano-musulmana al sur del Tajo.


Alejado el peligro musulmán, el territorio burgalés inicia un despegue espectacular en todos los ámbitos de la actividad humana: económico, demográfico, social, cultural, político y religioso, que bien puede personificarse en las exitosas andanzas del Cid Campeador por tierras de Castilla, Zaragoza y Levante en la segunda mitad del siglo XI. Este siglo, al que se unirán en la misma secuencia el XII y el XIII, será el primer testigo de este desarrollo, que comienza con la expansión de los cultivos y de la ganadería, continúa con el aumento de la población, se asienta en el establecimiento de unas relaciones sociales entre señores y campesinos relativamente estimulantes de la producción, se refuerza con la importación de fórmulas de vida religiosa ciertamente renovadoras –el monacato benedictino--, culmina en la elevación de Castilla a la categoría de reino (1037) y se expresa en unos movimientos culturales y artísticos de grandes vuelos, como lo fueron el románico en los siglos XI y XII –monasterios de San Salvador de Oña, San Pedro de Arlanza, San Pedro de Cardeña, Santo Domingo de Silos--, el cisterciense (finales del XI y comienzos del XIII – monasterios de Las Huelgas de Burgos, Santa María de Bujedo de Juarros--) y el gótico (siglo XIII Catedral de Burgos, Santa María de Sasamón, Santa María de Grijalba--).

Al hilo de este crecimiento, el poblamiento se consolida, dejando ver en el paisaje algunos núcleos especialmente desarrollados, entre los que destaca desde el principio la ciudad de Burgos, seguida por otros núcleos, como Belorado, Miranda de Ebro, Frías, Medina de Pomar, Lerma, Aranda de Duero o Santa Gadea del Cid, que contarán con el apoyo de la Corona para afirmarse como cabeceras económicas del ámbito rural circundante. Por su parte, el Camino de Santiago contribuye a la dinamización económica y cultural del territorio burgalés, dando vida propia a poblaciones como la citada Belorado, Villafranca Montes de Oca o Castrojeriz.

Al mismo tiempo, la política de recuperación de la identidad territorial de la Castilla condal tras la batalla de Atapuerca (1054), la constitución de la sede episcopal burgalesa (1075) y la reordenación posterior de la diócesis son fenómenos que convergen en la articulación interna del territorio burgalés y en su reconocimiento como núcleo central y espina medular de ambas entidades, tanto del reino como de la diócesis.
El siglo XIV es un tiempo de crisis, de ruptura de todos los parámetros de crecimiento antes citados. El hambre, la guerra y la enfermedad se ceban con los europeos occidentales, y las tierras burgalesas no son una excepción. La vida se ralentiza y la cultura se encoge.
Fuente: turismoburgos.org

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