jueves, 30 de agosto de 2007

-El Castillo de Burgos


En el año 884, reinando Alfonso III en Asturias, el conde Diego Porcelos tomó militarmente
este cerro, poblado ya desde tiempos prehistóricos, y levantó una pequeña fortaleza en torno a la cual surgió la primitiva ciudad.
Durante el siglo X sirvió de baluarte defensivo contra el Islam y sirvió de prisión al rey de Navarra don García durante tres meses, ordenada por el primer conde independiente de Castilla, Fernán Gozalez.
Más tarde, entre los siglos XI y XIII, con la frontera al sur del Duero, el castillo quedó bajo el control directo de los reyes de Castilla y se amplió para ejercer de prisión de nobles y, ocasionalmente, de lugar de celebraciones cortesanas. El Castillo fue originariamente palacio de los reyes, también se celebraron las bodas del Cid y de Eduardo I con Leonor de Castilla.. También nació en él Pedro I, el Cruel.
En la falda del Castillo existian calles como las de Soguería, Cabestrería, de las Armas, Albardería, Peñabera, del Fierro ,Plomería ,etc.
En los siglos XIV y XV, el Castillo estuvo bajo la tenencia de diferentes nobles, en particular
de la familia de los Estúñiga. En ese tiempo fueron frecuentes los enfrentamientos del castillo con la ciudad y el concejo de Burgos, que culminaron en la Guerra de Sucesión (1475-1479) en la que los Estúñiga apoyaron a Juana la Beltraneja, y la ciudad a Isabel la Católica, librándose una larga batalla que acabó con la rendición de la fortaleza en 1476, tras ocho meses de asedio. Años después sirvió de fábrica de pólvora y escuela de artilleros. A finales del siglo XVI estaba en franco abandono.
El año 1736 sufrió un pavoroso incendio que duró varios días ante la indiferencia de la ciudadanía, quedando destruido casi en su totalidad.
La Guerra de la Independencia despertó viejos fantasmas.
Los franceses lo reconstruyeron activando con ello sus potencialidades militares y estratégicas. Sufrió el asedio dirigido por Lord Wellington, hasta que en 1813 el ejército francés se vio obligado a abandonarlo, provocando al marchar su voladura y la consiguiente destrucción.

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